¿Sabes en qué consiste la geoingeniería? ¿Podría  solucionar el cambio climático?, en el blog de hoy nuestro compañero Baltasar Hortet, Ingeniero Técnico Industrial del Departamento de Ingeniería de Greening-e, nos explica en que consiste esta técnica y su relación con la posible reducción de los combustibles fósiles y el cambio climático.

Manipular el sistema climático planetario para reducir el calentamiento global podría tener enormes consecuencias ambientales y geopolíticas. Pero a medida que la humanidad se condena a temperaturas peligrosas, el enfoque va ganando apoyos, siempre que combine con la reducción de emisiones

Cada vez está más claro que no vamos a reducir nuestras emisiones de dióxido de carbono lo suficientemente rápido como para evitar un cambio climático catastrófico. Pero puede que haya otras formas de enfriar el planeta que nos den un poco de tiempo para alejarnos de los combustibles fósiles.

Al conjunto de técnicas diseñadas para alterar el clima se le conoce como geoingeniería. Aunque antes era un tabú científico, cada vez más investigadores están realizando simulaciones informáticas y proponiendo experimentos al aire libre a pequeña escala. Incluso algunos legisladores han empezado a discutir qué papel podrían jugar estas tecnologías.

¿Qué es exactamente la geoingeniería?

Tradicionalmente, la geoingeniería ha abarcado dos estrategias muy diferentes: la de aspirar dióxido de carbono del aire para que la atmósfera acumule menos calor, y la de reflejar más luz solar para que el planeta absorba menos calor.

La primera, conocida como «captura de carbono» o «tecnologías de emisiones negativas», ya ha ganado un gran consenso científico como algo que tendremos que hacer obligatoriamente para evitar niveles peligrosos de calentamiento global (ver Cómo paliar el cambio climático con ‘acordeones’ que aspiran CO2). La mayoría ya no la llama «geoingeniería», para evitar que se asocie con la segunda y más polémica estrategia, la geoingeniería solar.

Se trata de un término general que abarca distintas ideas como la instalación de protectores solares en el espacio y la dispersión de partículas microscópicas en el aire capaces de aumentar la reflectancia de las nubes costerasdisipar las nubes de tipo cirro que atrapan el calor o dispersar la luz solar en la estratosfera.

La geoingeniería se refiere a una tecnología a escala planetaria. Pero algunos investigadores también han analizado la posibilidad de llevarla a cabo a nivel local, explorando varios métodos que podrían proteger los arrecifes de coral, las secoyas costeras y las capas de hielo.

¿De dónde surgió la idea?

La geoingeniería no es algo especialmente nuevo. En 1965, el Comité Asesor de Ciencias del entonces presidente de EE. UU., Lyndon Johnson, advirtió que podía ser necesario aumentar la reflectividad de la Tierra para compensar el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero. El comité llegó incluso a sugerir que se rociaran partículas reflectantes a través de los océanos. (Resulta revelador que en este primer informe presidencial sobre la amenaza del cambio climático, ni siquiera se mencionara la idea de reducir las emisiones, como señala el autor Jeff Goodell en Cómo enfriar el planeta).

Pero la forma más famosa de geoingeniería solar supone la pulverización de partículas en la estratosfera, un enfoque conocido como «inyección estratosférica» o «dispersión estratosférica de aerosoles». (Lo sentimos, nosotros no ponemos los nombres).

La popularidad de este enfoque se debe a que la naturaleza ya ha demostrado que es posible. Así pasó durante la erupción masiva del Monte Pinatubo (Filipinas) en el verano de 1991. El fenómeno arrojó al cielo unos 20 millones de toneladas de dióxido de azufre. Al reflejar la luz solar de vuelva al espacio, las partículas de la estratosfera ayudaron a reducir las temperaturas globales alrededor de 0,5 ° C en los siguientes dos años.

Y aunque no disponemos de datos precisos, otras enormes erupciones volcánicas recientes tuvieron efectos similares. La explosión del Monte Tambora en Indonesia en 1815 fue famosa por provocar el «Año sin verano» en 1816, un período sombrío que pudo haber ayudado a inspirar la creación de dos de las criaturas de terror más perdurables de la literatura, los vampiros y el monstruo de Frankenstein. El climatólogo soviético Mikhail Budyko es conocido como el primero en sugerir que podríamos contrarrestar el cambio climático imitando este fenómeno volcánico. En un libro de 1974 planteó la posibilidad de quemar azufre en la estratosfera.

En las décadas siguientes, este concepto apareció ocasionalmente en algunos trabajos de investigación y en conferencias científicas. Pero no llamó mucho la atención hasta finales del verano de 2006, cuando el químico atmosférico ganador del Premio Nobel, Paul Crutzen, animó a realizar investigaciones de geoingeniería en un artículo en Climatic Change. Su postura resultó especialmente significativa porque Crutzen había ganado el Nobel por su investigación sobre los peligros del creciente agujero de ozono, y uno de los efectos conocidos del dióxido de azufre es la reducción de la capa de ozono.

En otras palabras, él pensaba que el cambio climático era una amenaza tan grande que valía la pena explorar una solución que él sabía que podría generar otros peligros graves.

¿Podría la geoingeniería solucionar el cambio climático y liberarnos de la molestia de reducir los combustibles fósiles?

No. Aunque la idea de que sí lo es se ha convertido en el motivo de apoyo por parte de algunos ejecutivos del sector energético y legisladores. Pero incluso si funcionara, en el mejor de los casos solo permitiría una suspensión temporal de la transición energética.

La geoingeniería no aborda otros peligros climáticos, como la acidificación de los océanos o el considerable daño ambiental causado por la extracción y la quema de combustibles fósiles finitos. Y mayores niveles de geoingeniería podrían aumentar otras alteraciones del sistema climático, por lo que no podremos aumentar su uso para compensar las cada vez mayores emisiones.

¿Cómo se investiga la geoingeniería?

En los años posteriores al artículo de Crutzen, varios investigadores han empezado a estudiar la geoingeniería, principalmente a través de simulaciones informáticas o pequeños experimentos de laboratorio para explorar si realmente funcionaría, cómo se podría hacer, qué tipo de partículas podrían usarse y qué efectos secundarios ambientales podría producir.

El modelado informático demuestra que la geoingeniería reduciría las temperaturas globales, el aumento del nivel del mar y algunos otros impactos climáticos. Pero algunos estudios han encontrado que altas dosis de ciertas partículas también pueden dañar la capa de ozono, alterar los patrones globales de precipitaciones y reducir el crecimiento de los cultivos en determinadas áreas.

Otros investigadores han descubierto que estos riesgos se podrían reducir o incluso eliminar con partículas distintas al dióxido de azufre y con proyectos de geoingeniería de corto alcance. Pero nadie cree ya tengamos la respuesta a la mayoría de estas preguntas. Los investigadores del campo creen que necesitamos mucho más trabajo de modelado para explorar estos problemas con mayor detalle. Y también está claro que las simulaciones solo pueden ayudarnos hasta cierto punto, así que algunos proponen realizar pequeños experimentos al aire libre.

¿Se han llevado a cabo experimentos de geoingeniería en el mundo real?

En 2009, un equipo de científicos rusos realizó el que se considera el primer experimento de geoingeniería al aire libre. Colocaron generadores de aerosol en un helicóptero y en un coche y rociaron partículas a alturas de hasta 200 metros. En un artículo publicado en Russian Meteorology and Hydrology, el equipo afirmó que el experimento había reducido la cantidad de luz solar que llegaba a la superficie. (Vale la pena señalar que Yuri Izrael, un escéptico climático y asesor científico de Vladimir Putin, fue el autor principal del estudio y el editor de la revista).

Uno de los primeros intentos de llevar a cabo un experimento de geoingeniería anunciado abiertamente, fue el proyecto SPICE, aunque finalmente se descartó. La idea era bombear partículas por una tubería hasta un globo de gran altitud que las dispersaría en la estratosfera. Pero la propuesta generó un gran rechazo público muy fuerte, especialmente después de que se descubriera que algunos de los investigadores ya habían solicitado la patente de esta tecnología.

El que podría ser el siguiente (y oficial) experimento de geoingeniería ha sido propuesto por científicos de la Universidad de Harvard (EE. UU.). Los investigadores quieren lanzar un globo equipado con hélices y sensores que rocíe una pequeña cantidad de carbonato de calcio en la estratosfera. Luego, el globo atravesaría la columna e intentaría medir parámetros como hasta dónde se dispersan las partículas, cómo interactúan con otros gases y su nivel reflectante. El equipo ya ha recaudado los fondos, creado un comité asesor, contratando a una compañía de globos y comenzado a trabajar en el hardware necesario. (Ver El polémico plan de Harvard para llevar la geoingeniería al mundo real).

Mientras tanto, investigadores de la Universidad de Washington, en colaboración con el Centro de Investigación de Xerox en Palo Alto (ambos en EE. UU.) y otros grupos, han propuesto experimentos a pequeña escala como parte de un programa de investigación más amplio para aprender más sobre el potencial del «brillo de las nubes marinas». La idea, propuesta por el físico británico John Latham en 1990, consiste en que rociar pequeñas partículas de sal marina sobre las nubes bajas oceánicas podría formar gotas adicionales, lo que aumentaría su superficie y, por lo tanto, su reflectividad. El equipo ya está recaudando fondos para desarrollar un «instrumento de investigación de la física de las nubes». Su objetivo es rociar una pequeña cantidad de sal marina en algún lugar de la costa del Pacífico de EE. UU.

También se han realizado algunos esfuerzos iniciales en otras áreas de la geoingeniería, que incluyen más de una docena de los llamados experimentos de fertilización con hierro en el océano abierto, según Nature. El concepto consiste en que lanzar hierro al agua estimularía el crecimiento del fitoplancton, que aumentaría su captura de dióxido de carbono del aire. Pero los científicos dudan de si funcionaría bien y de qué tipo de efectos secundarios podría tener en los ecosistemas oceánicos. Grupos ambientales y otros han criticado los primeros esfuerzos en esta área, argumentando que han avanzado sin los permisos ni la supervisión científica adecuados.

¿Alguien está haciendo geoingeniería de verdad?

Los investigadores destacan que estos experimentos no pertenecen a la geoingeniería: las cantidades de material involucrado son demasiado pequeñas para alterar las temperaturas globales. De hecho, a pesar de una vasta y variada gama de teorías de conspiración que circulan por internet diciendo lo contrario, actualmente nadie está llevando a cabo geoingeniería a escala planetaria.

Al menos, no a propósito. Se podría decir que quemar cantidades masivas de combustibles fósiles es una forma de geoingeniería, solo que involuntaria y estúpida. Y también sabemos que la contaminación por azufre de los barcos y las plantas de carbón probablemente ha reducido las temperaturas globales. De hecho, las nuevas reglas de la ONU que requieren que los barcos emitan menos azufre podrían elevar las temperaturas ligeramente (ver Frenar la polución naviera aumentará aún más el calentamiento global).

También existe un largo y abundante historial de esfuerzos en EE. UU. y China (entre otros lugares) que han rociado las nubes con partículas para aumentar la nieve o la lluvia. Pero sus resultados han sido dispares, y su alteración del clima local ha quedado muy lejos de solucionar la situación en todo el sistema climático.

¿Hasta qué punto resulta controvertida la geoingeniería?

Lo es y mucho. Existen muchas dudas reales sobre su ejecución, investigación e incluso sobre el propio enfoque.

Los críticos argumentan que hablar abiertamente sobre la posibilidad de una «solución» tecnológica del cambio climático (no es una solución, como se explicó anteriormente) reducirá la presión para abordar la raíz del problema: el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero. Y algunos creen que los experimentos al aire libre representan una pendiente resbaladiza. Podría crear incentivos para llevar a cabo experimentos cada vez más grandes, hasta que acabemos haciendo geoingeniería sin haberlo decidido de forma colectiva.

Una tecnología que no conoce fronteras también plantea complejas, si no insuperables, preguntas geopolíticas. ¿Quién debería decidir, y quién debería opinar, si procedemos con ese esfuerzo? ¿Cómo establecer una temperatura media global única como objetivo, ya que afectará a diferentes países de maneras muy distintas? Y si no podemos ponernos de acuerdo, o llegar a un consenso sobre si implementar la tecnología, ¿habrá algún país o individuo que lo haga de todos modos a medida que se multipliquen las catástrofes climáticas? Si fuera así, ¿podría provocar conflictos o incluso guerras?

Hay quien afirma que experimentar con un sistema tan complejo como el clima es como jugar a ser Dios. O que la idea de contrarrestar un contaminante con otro, o tratar de arreglar un fracaso tecnocrático con una solución tecnocrática es una estupidez.

Una preocupación final, e indiscutible, es que las simulaciones y los experimentos a pequeña escala no nos dirán mucho. Simplemente es imposible saber cómo funcionará la geoingeniería y cuáles serán las consecuencias hasta que la probemos. Y en este punto, todos estamos bloqueados con los resultados.

Entonces, ¿por qué se está considerando?

Pocas personas serias se describirían a sí mismas como defensoras de la geoingeniería. Los científicos que la estudian se declaran ambivalentes y reconocen abiertamente que no es la mejor solución para el cambio climático. Pero les preocupa que, al continuar construyendo centrales eléctricas, vehículos y ciudades que emitirán gases de efecto invernadero en las próximas décadas, la sociedad se esté condenando a niveles peligrosos de calentamiento y a un clima extremo. Así que, cada vez más expertos consideran irresponsable no explorar algo que podría salvar muchísimas vidas, así como especies y ecosistemas, siempre que se combine con esfuerzos serios para reducir las emisiones.

Sí, es peligroso, pero ¿en comparación con qué? ¿Más peligroso que las hambrunas las inundaciones, los incendios, las extinciones masivas y la migración provocados por el cambio climático que ya estamos empezando a ver? A medida que esos efectos empeoren, la sociedad y los políticos pueden llegar a pensar que jugar con la atmósfera plantearía es un riesgo que vale la pena correr.

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